De lo malo lo mejor

Si 2013 terminó mal para mi propio hábitat, 2014 no ha empezado mejor. Sin embargo, mi optimismo y sobre todo mi fe en que todo sucede por una razón que Dios conoce y que es para mi propio bien, me hacen buscar todo aquello que puedo aprender de lo malo que me sucede o que sucede a mi alrededor. Como dice mi madre, "me rompí un pie y fue para mi bien".
Regodearnos en lo mal que nos va, lo malo que nos ocurre y lo malo que nos espera es un ejercicio suicida. Es como caer en barrena y no hacer lo mínimo por levantar el vuelo y, claro está, eso nos lleva al desastre total, a la oscuridad más absoluta y al pesimismo que nos hace ver la luz al final del túnel como el faro del tren que viene directo a por nosotros, en vez de como el atisbo de una posible salida.
Hace ya tiempo que aprendí esta valiosísima lección de la vida: los pensamientos estériles no ayudan, sino todo lo contrario. Me costó, no voy a dármelas de superhéroe, no es fácil buscar el lado positivo de las cosas negativas, pero se puede hacer. ¿Solos? Pues no, con la ayuda de Dios es mucho más fácil. Sólo la certeza de que Él camina a nuestro lado, e incluso a veces nos lleva en brazos, nos puede llevar volando hasta ese sano ejercicio que supone un bien para nuestra alma y nuestra propia salud mental. Asumir los errores y aprender de ellos es lo mejor que podemos hacer para vivir la vida en plenitud y poder ser felices. La tristeza, la amargura, son lastres para nuestra alma y virus que infectan nuestra mente llevándola hasta la enfermedad. Una vez que se instalan, cuesta mucho trabajo hacer que desaparezcan, es difícil pero no imposible; vuelvo a repetir que tenemos -tengo- la ayuda de la fe y la oración.
"Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré", dice Jesús en el Evangelio. Y es cierto: si le pedimos que nos ayude a llevar la carga, él se quedará con la mayor parte y será más fácil para nosotros, no sólo porque pesará menos, sino porque iremos acompañados durante todo el camino, podremos hablar con Él de nuestras cosas, de cómo nos va en el trabajo, con los amigos, la familia, la parienta -o el pariente- y seremos afortunados además porque recibiremos consejo de Él, el mejor consejero del mundo mundial.
El suyo es un yugo suave, porque el amor verdadero no pesa, no duele, no es interesado y por tanto, no es envidioso ni orgulloso, no lleva cuentas del mal, no se agobia, se alegra con la felicidad del otro, con todo lo bueno que le pasa... Sí, ya lo sé, San Pablo lo escribió antes que yo y queda preciosísimo en las bodas. Pero no está de más recordarlo de vez en cuando. San Agustín decía: "Ama y haz lo que quieras", porque si amas de verdad, jamás le harás mal a nadie; no podrás. El amor es algo tan grande y tan "invasivo", que penetra todos los puntos y poros de la piel y del alma, impidiendo que salga nada malo de nosotros, porque donde hay amor, allí está Dios y si Él está presente en tu vida, no habrá sitio para nada malo. Da amor y recibirás más amor, sobre todo de Dios porque, recuerda, Él devuelve el ciento por uno.

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