Yo no veo eso
Estamos viviendo una época que algunos califican de “crispada”; a través de todos los medios de comunicación se nos crea la “necesidad” de adscribirnos a un determinado periódico, canal de televisión o dial radiofónico, como si eso formara parte vital de nuestro ser cristiano, de tal manera que el hecho de ver un programa, leer un periódico o escuchar un programa de radio de una determinada marca significara descalificar de por sí a todos los que prefieren a otro diferente, o bien que el ser cristiano implica ver determinados programas, oír determinadas cadenas o leer determinados periódicos. ¿Por qué? ¿Alguien me puede explicar por qué oír una emisora determinada, por ejemplo, significa no poder leer un diario o ver un programa en un canal de televisión de tendencia diferente? ¿Desde cuándo el hecho de hablar con una persona que no piense igual que yo, que no crea en lo mismo que yo, es malo para mí? ¿Es que me van a contagiar de algo horroroso y para lo que no hay cura posible?
Me parece que no, que la cosa no va por ahí. Igual la cosa se parece más a esto: “Los fariseos y sus escribas murmuraban diciendo a los discípulos: «¿Por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores?» Les respondió Jesús: «No necesitan médico los que están sanos, sino los que están mal. No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores».” (Lc 5, 30-32).
Pablo VI decía que habíamos llegado a un punto en que el mundo no necesita más profetas, sino testigos que avalen con su vida lo que van diciendo. Tenemos el mayor tesoro que jamás haya existido: la certeza de que Dios nos ama y quiere que seamos felices, hasta tal punto que nos presentó a su Hijo para que a través de Él viéramos su rostro de Padre, de “Papá”, y además nos envió su Espíritu para que esté con nosotros por todos los tiempos, hasta el final del mundo. No tenemos derecho a quedárnoslo, a escondernos con las puertas cerradas por miedo a los judíos, como estaban los Apóstoles cuando aún no sabían que Jesús había resucitado. “Yo no hablo con ése porque se va a reír de mí si sabe que soy cristiano, que soy católico, que voy a misa….” . Si estamos así ahora, ¿para qué vino el Espíritu Santo en aquel Pentecostés? No podemos enterrar el talento que se nos entregó, porque… ya conocemos el final de la parábola, ¿no?
¿No será más bien que nuestra fe está un poco temblona porque no estamos demasiado formados? ¿Somos capaces de dar razón de nuestra fe? ¿Tenemos la misma fe, el mismo conocimiento de la doctrina cristiana que cuando hicimos la primera comunión o la confirmación? ¿Por qué no nos proponemos estudiar, formarnos, aprender, leer el Evangelio, asistir a un catecumenado de adultos en la parroquia?
Sería bueno que todos (yo también me incluyo en el grupo) nos formáramos continuamente. Siempre hay alguien enla Parroquia que esté lo suficientemente preparado como para enseñarnos, seguro que sí. Al mismo tiempo, la formación, el estudio del Evangelio, de la Biblia , del Magisterio de la Iglesia nos lleva a conocer más a Dios, y ese conocimiento deriva, irremediablemente, en un amor más profundo y en una fe más firme, sin miedos.
Sólo una formación sólida puede darnos la luz suficiente para discernir entre todo lo que leemos, oímos y vemos hoy por los medios de comunicación. Una mente crítica nos permite elegir y decidir también si algo nos conviene o no y actuar en consecuencia. Sólo conociendo, sabiendo, cribando todo lo que nos asalta día tras día, podremos llevar una vida coherente con nuestra fe, con la fuerza suficiente para mantener las decisiones en una sociedad difícil, de cambios muy rápidos, en la que ser cristiano y vivir como tal supone ir a contracorriente.
Me parece que no, que la cosa no va por ahí. Igual la cosa se parece más a esto: “Los fariseos y sus escribas murmuraban diciendo a los discípulos: «¿Por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores?» Les respondió Jesús: «No necesitan médico los que están sanos, sino los que están mal. No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores».” (Lc 5, 30-32).
Pablo VI decía que habíamos llegado a un punto en que el mundo no necesita más profetas, sino testigos que avalen con su vida lo que van diciendo. Tenemos el mayor tesoro que jamás haya existido: la certeza de que Dios nos ama y quiere que seamos felices, hasta tal punto que nos presentó a su Hijo para que a través de Él viéramos su rostro de Padre, de “Papá”, y además nos envió su Espíritu para que esté con nosotros por todos los tiempos, hasta el final del mundo. No tenemos derecho a quedárnoslo, a escondernos con las puertas cerradas por miedo a los judíos, como estaban los Apóstoles cuando aún no sabían que Jesús había resucitado. “Yo no hablo con ése porque se va a reír de mí si sabe que soy cristiano, que soy católico, que voy a misa….” . Si estamos así ahora, ¿para qué vino el Espíritu Santo en aquel Pentecostés? No podemos enterrar el talento que se nos entregó, porque… ya conocemos el final de la parábola, ¿no?
¿No será más bien que nuestra fe está un poco temblona porque no estamos demasiado formados? ¿Somos capaces de dar razón de nuestra fe? ¿Tenemos la misma fe, el mismo conocimiento de la doctrina cristiana que cuando hicimos la primera comunión o la confirmación? ¿Por qué no nos proponemos estudiar, formarnos, aprender, leer el Evangelio, asistir a un catecumenado de adultos en la parroquia?
Sería bueno que todos (yo también me incluyo en el grupo) nos formáramos continuamente. Siempre hay alguien en
Sólo una formación sólida puede darnos la luz suficiente para discernir entre todo lo que leemos, oímos y vemos hoy por los medios de comunicación. Una mente crítica nos permite elegir y decidir también si algo nos conviene o no y actuar en consecuencia. Sólo conociendo, sabiendo, cribando todo lo que nos asalta día tras día, podremos llevar una vida coherente con nuestra fe, con la fuerza suficiente para mantener las decisiones en una sociedad difícil, de cambios muy rápidos, en la que ser cristiano y vivir como tal supone ir a contracorriente.
Comentarios
Publicar un comentario