Y si...

¿Y si resulta que esto tiene arreglo? ¿Y si resulta que entre los dos podemos rehacer nuestra vida? ¿Y si resulta que podemos pedir ayuda a profesionales para solucionar nuestros conflictos? ¿Y si resulta que separarnos no es la única salida posible? ¿Y si resulta que somos capaces de hablar sin gritarnos y sin echarnos en cara lo que no nos gusta del otro?

¿Y si...?

No se pierde nada por intentarlo, más bien al contrario, se gana ¡y mucho!. Las segundas oportunidades tienen su lugar en los problemas de pareja; tan sólo hay que proponérselo. Una cesión ante el otro no es una rendición incondicional: nosotros no somos poseedores de la verdad absoluta, no hay mayor error que pensar que la razón siempre está de nuestro lado. Hemos perdido la paciencia, sí, la hemos perdido ante muchas cosas y, lo que es peor, ante los demás, empezando por nuestro prójimo, el que vive más cerca de nosotros y comparte nuestra vida.

Pararse a pensar, sentarse con el otro, a veces sin decir palabra, es una experiencia que hoy día nos perdemos porque siempre estamos corriendo de un lado a otro como un pollo sin cabeza; afanados en el trabajo, las compras, las tutorías del niño, el médico, los mayores a nuestro cargo... Y terminamos por abandonar lo esencial, a nuestro marido o nuestra mujer; esa persona concreta que un día elegimos para compartir la vida. Como está tan cerca y sabe que le quiero, no importa si lo dejo solo un rato, la tarde, un día entero, y así, poco a poco, sin prisa pero sin pausa, vamos dejando que entre los dos surja una montaña que nos separa. Cuando queremos darnos cuenta, no vemos al otro, pero aún le oímos, intuimos que sigue ahí, así que seguimos con nuestra vida y él con la suya. El final es claro: se acaba por no tener nada en común y se busca una solución drástica: en vez de dinamitar la montaña y acercarnos de nuevo, nos construimos una casa cada uno en su ladera, separamos por completo las dos vidas y a otra cosa, porque ¿para qué intentarlo, si la montaña es muy alta? Duele menos un corte radical que tener que realizar un enorme esfuerzo para superar lo que nos separa.

Pero esto se puede prevenir, se puede evitar la primera piedra entre los dos: hay que tener un orden de prioridades en la vida en el que nuestro marido o nuestra mujer es lo primero, aunque haya hijos (más pronto o más tarde nos dejarán, y eso es una realidad). Nada puede ni debe alterar ese orden. Pero, en el caso de que ya haya conflictos en la pareja, siempre hay posibilidad de arreglarlos: existen profesionales que pueden ayudar a las parejas, enseñándoles a dialogar con tranquilidad, dándoles herramientas para saber hacer frente a los inconvenientes que puedan llegar, como una enfermedad grave, el desempleo o cualquier dificultad con los hijos o la familia de uno u otro. La separación es siempre el último recurso cuando ya todo ha fallado y es absolutamente imposible convivir con el otro.
Termino con una oración de S. Francisco, que creo viene muy bien al caso: “Señor, dame la fuerza para cambiar las cosas que puedo cambiar. Dame la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar. Y dame sobre todo, Señor, la sabiduría para distinguir entre unas y otras.”

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