Vengo a que me anule
Con esta curiosa expresión han comenzado su historia bastantes de las personas, que han venido hasta mi despacho para solicitar información sobre “los papeles necesarios para anular” su matrimonio.
Lo cierto es que la cantidad de desinformación o, peor aún, de mala información que existe en la calle sobre el tema de los procesos de nulidad matrimonial es muy grande. En algunas ocasiones incluso proviene de personas que han tenido su propio proceso y que o no se han enterado a pesar de haberlo vivido, o simplemente consideran que “no han salido bien parados”. Sin ir más lejos, no hace muchos días, después de pasar un buen rato hablando con una persona sobre lo que había sucedido en su matrimonio y del triste final de su relación, se sinceró del todo y me confesó que hace años quiso haber empezado los trámites pero, en vez de dirigirse al Tribunal Eclesiástico, le preguntó a un conocido del pueblo que había solicitado la nulidad de su matrimonio y éste le dijo: “Pagando un millón de pesetas al tribunal, te la dan”. Como en aquel momento no tenía medios económicos, ni siquiera se molestó en acudir a su párroco ni al Tribunal. Cuando le pregunté por el caso concreto, resultó que a este “informante” le había salido completamente gratis todo el proceso.
Pero vamos al tema: no es una “anulación matrimonial” porque no se deshace nada, no se rompe ni se borra nada que se haya hecho. Se trata de investigar si el vínculo en realidad existió, a pesar del acontecimiento histórico de la celebración de la boda, incluso de los hijos que hayan podido nacer durante la convivencia. El matrimonio surge del consentimiento, libremente otorgado por personas jurídicamente hábiles. ¿Qué significa todo esto? Una cosa muy sencilla: para casarse “como Dios manda” hacen falta una serie de requisitos: libertad de los dos, voluntad de querer casarse, capacidad para saber lo que se va a hacer (conocer qué es el matrimonio por la Iglesia) y con quién se va a hacer (conocer al otro lo suficiente como para querer compartir la vida con él), y capacidad para asumir las obligaciones que tal compromiso implican (y no todo el mundo vale para casado).
Básicamente todo esto -nada más y, por supuesto, nada menos- es necesario para contraer matrimonio válido. Esto es lo que se va a investigar a la luz de lo que ha pasado en esa pareja desde antes de conocerse, durante el noviazgo, el matrimonio y la convivencia hasta la ruptura definitiva.
Por lo tanto, no se trata de anular, ni de romper nada, sino de intentar descubrir la realidad más profunda de ese matrimonio: si, tal y conforme iban los novios aquel día, durante la celebración de su boda, el vínculo conyugal nació o no entre ellos. No es nada fácil para los jueces llegar a la certeza moral sobre cada uno de los matrimonios que estudian. En la mayoría de los casos significa retrotraerse hasta no sé cuántos años atrás y eso, por más que queramos, cuesta mucho trabajo, sobre todo, porque hay que remover un pasado que duele y que no es agradable recordar, aparte de que hay buscar las pruebas en la historia personal de cada pareja.
Lo cierto es que la cantidad de desinformación o, peor aún, de mala información que existe en la calle sobre el tema de los procesos de nulidad matrimonial es muy grande. En algunas ocasiones incluso proviene de personas que han tenido su propio proceso y que o no se han enterado a pesar de haberlo vivido, o simplemente consideran que “no han salido bien parados”. Sin ir más lejos, no hace muchos días, después de pasar un buen rato hablando con una persona sobre lo que había sucedido en su matrimonio y del triste final de su relación, se sinceró del todo y me confesó que hace años quiso haber empezado los trámites pero, en vez de dirigirse al Tribunal Eclesiástico, le preguntó a un conocido del pueblo que había solicitado la nulidad de su matrimonio y éste le dijo: “Pagando un millón de pesetas al tribunal, te la dan”. Como en aquel momento no tenía medios económicos, ni siquiera se molestó en acudir a su párroco ni al Tribunal. Cuando le pregunté por el caso concreto, resultó que a este “informante” le había salido completamente gratis todo el proceso.
Pero vamos al tema: no es una “anulación matrimonial” porque no se deshace nada, no se rompe ni se borra nada que se haya hecho. Se trata de investigar si el vínculo en realidad existió, a pesar del acontecimiento histórico de la celebración de la boda, incluso de los hijos que hayan podido nacer durante la convivencia. El matrimonio surge del consentimiento, libremente otorgado por personas jurídicamente hábiles. ¿Qué significa todo esto? Una cosa muy sencilla: para casarse “como Dios manda” hacen falta una serie de requisitos: libertad de los dos, voluntad de querer casarse, capacidad para saber lo que se va a hacer (conocer qué es el matrimonio por la Iglesia) y con quién se va a hacer (conocer al otro lo suficiente como para querer compartir la vida con él), y capacidad para asumir las obligaciones que tal compromiso implican (y no todo el mundo vale para casado).
Básicamente todo esto -nada más y, por supuesto, nada menos- es necesario para contraer matrimonio válido. Esto es lo que se va a investigar a la luz de lo que ha pasado en esa pareja desde antes de conocerse, durante el noviazgo, el matrimonio y la convivencia hasta la ruptura definitiva.
Por lo tanto, no se trata de anular, ni de romper nada, sino de intentar descubrir la realidad más profunda de ese matrimonio: si, tal y conforme iban los novios aquel día, durante la celebración de su boda, el vínculo conyugal nació o no entre ellos. No es nada fácil para los jueces llegar a la certeza moral sobre cada uno de los matrimonios que estudian. En la mayoría de los casos significa retrotraerse hasta no sé cuántos años atrás y eso, por más que queramos, cuesta mucho trabajo, sobre todo, porque hay que remover un pasado que duele y que no es agradable recordar, aparte de que hay buscar las pruebas en la historia personal de cada pareja.
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