Rutina
“Es que… no me comprende…”, “es que… tú sí que sabes escuchar…”, “es que… no sé qué le vi…”, “¡ojalá me comprendiera como tú!”… Así podría transcribir multitud de frases que a todos nos sonarían. Así pueden comenzar miles de finales y no precisamente felices. En muchas ocasiones, nos confiamos con ese compañero de trabajo que sí nos escucha, que sí nos comprende, que sí nos conoce… en lugar de hablar con nuestro compañero de vida, porque en casa pensamos que no nos comprenden, que no nos conocen… Qué fácil es a veces confiar nuestros más íntimos secretos a aquel o aquella que pensamos que nos entiende de verdad; qué difícil suele ser, en cambio, hacerlo con nuestro esposo o esposa. ¿Por qué? ¿Por qué nos resulta tan cuesta arriba hablar con nuestra pareja y decirle cómo nos sentimos? Quizá se trate de ese demonio interior que nos hace creer que lo que tienen los demás es siempre mejor que lo que tenemos nosotros; quizá se trate de que no sabemos apreciar de verdad a la persona que tenemos al lado, porque el paso del tiempo ha hecho que lo consideremos ya tan parte nuestra, que no somos conscientes del milagro que supone amanecer a su lado cada mañana.
Es cierto que tras el descubrimiento de la vida en común con nuestra pareja, de lo emocionante de los primeros pasos juntos, los hijos, cómo van creciendo, etc., viene una etapa en que se nos “olvida” lo que al principio teníamos siempre presente y entramos en una etapa de rutina. Sin embargo, la rutina no tiene por qué ser algo negativo, nefasto y funesto; todo lo contrario, este tiempo puede ser un momento para recordar por qué nos enamoramos de él, re-enamorarnos, volver a quedarnos embobados mirándole, pensando en cuántas cosas buenas tiene, en lo bien que le sientan las canas y lo poco que se le nota la “barriguita”, con la ventaja del tiempo compartido, de conocernos más y mejor que antes, de saber dónde está el botón que hace que el otro sea aún más feliz, que goce aún más en cada encuentro íntimo.
Hay que aprovechar estos momentos –que existen- para recargar las pilas de la relación, para retomar aquellos proyectos que no se pudieron realizar porque entonces los niños estaban pequeños, o había algunos obstáculos, que pueden haber desaparecido con el paso del tiempo. Transcurrido este “segundo enamoramiento”, vuelve la serenidad, el amor tranquilo, con unas raíces aún más profundas que antes. Esta es la manera de mantener joven el amor compartido ya durante años.
Se trata de descubrir de nuevo que “el amor es la sola alegría por la existencia del otro” (J. Bucay). Somos felices porque Dios nos ha regalado a esta persona con la que llevamos ya mucho camino recorrido, y debemos darle gracias por ello, porque nos conocimos, nos enamoramos y comenzamos una vida juntos que nos ha traído muchos momentos –buenos y malos-, pero siempre compartidos; porque hemos tirado los dos del yugo al mismo tiempo, porque ese yugo es suave y su carga, ligera. Porque, en definitiva, Dios nos acompaña desde el primer día de nuestra vida juntos.
Es cierto que tras el descubrimiento de la vida en común con nuestra pareja, de lo emocionante de los primeros pasos juntos, los hijos, cómo van creciendo, etc., viene una etapa en que se nos “olvida” lo que al principio teníamos siempre presente y entramos en una etapa de rutina. Sin embargo, la rutina no tiene por qué ser algo negativo, nefasto y funesto; todo lo contrario, este tiempo puede ser un momento para recordar por qué nos enamoramos de él, re-enamorarnos, volver a quedarnos embobados mirándole, pensando en cuántas cosas buenas tiene, en lo bien que le sientan las canas y lo poco que se le nota la “barriguita”, con la ventaja del tiempo compartido, de conocernos más y mejor que antes, de saber dónde está el botón que hace que el otro sea aún más feliz, que goce aún más en cada encuentro íntimo.
Hay que aprovechar estos momentos –que existen- para recargar las pilas de la relación, para retomar aquellos proyectos que no se pudieron realizar porque entonces los niños estaban pequeños, o había algunos obstáculos, que pueden haber desaparecido con el paso del tiempo. Transcurrido este “segundo enamoramiento”, vuelve la serenidad, el amor tranquilo, con unas raíces aún más profundas que antes. Esta es la manera de mantener joven el amor compartido ya durante años.
Se trata de descubrir de nuevo que “el amor es la sola alegría por la existencia del otro” (J. Bucay). Somos felices porque Dios nos ha regalado a esta persona con la que llevamos ya mucho camino recorrido, y debemos darle gracias por ello, porque nos conocimos, nos enamoramos y comenzamos una vida juntos que nos ha traído muchos momentos –buenos y malos-, pero siempre compartidos; porque hemos tirado los dos del yugo al mismo tiempo, porque ese yugo es suave y su carga, ligera. Porque, en definitiva, Dios nos acompaña desde el primer día de nuestra vida juntos.
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