Otoño, por lo civil. Adviento, por la esperanza
Me gusta el otoño. Lo confieso. Es mi parte favorita del año, no sé si por el color que tiñe las hojas de los árboles, porque ya empieza una a sentirse bien con ropa de más abrigo, porque en casa, sentada en el sofá, ya sienta estupendamente echarse una manta a cuadros por encima de las piernas... Es una sensación de seguridad, de bienestar, de refugio y de tranquilidad la que me envuelve en esta época del año. En otoño me casé, y por eso tengo aún más razones para preferir esta estación.
Tengo una hermana a la que también le gusta el otoño, pero le da por lo melancólico, por aquel famoso verso que dice “hojas del árbol caídas / juguetes del viento son”, le da por pensar en que las oscuras golondrinas no van a volver... en fin, que le da llorona, o al menos, de lagrimillas.
Una y otra estamos de acuerdo en que preferimos, con mucho, estos meses al resto del año. Sin embargo, yo tengo que hacer una precisión: otoño es sinónimo de decadencia, de caducidad, de estar de paso... pero no de muerte y desolación, nada de eso. Para mí, el otoño es mi época preferida “por lo civil”, pero también lo es porque da paso a mi tiempo favorito y principal: el Adviento. Las hojas caen de los árboles, sí, de acuerdo, pero no se queda ahí la cosa. Los árboles van a retoñar ¡por supuesto que sí! El otoño no es para siempre, sólo es un toque de atención para los que sabemos leer los tiempos: “¡Oye! Que esto se acaba, que tienes que barrer las hojas caídas (las de cada uno, oiga), secas, pasadas de fecha, para dejar paso a lo nuevo, así que coge tu escoba y, ¡hala! ¡a barrer!”. Si lo prefieres, te lo digo con palabras de profeta: “¿No os acordáis de lo pasado, ni caéis en la cuenta de lo antiguo? Pues bien, he aquí que yo lo renuevo: ya está en marcha, ¿no lo reconocéis?” (Isaías 43, 18-19)
Y esto es sólo el principio de algo muy grande, que aunque ya sucedió una única vez y para siempre, no me canso de celebrar cada año. “Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará” (Is 11, 1); sí, de una vieja raíz surgirá una planta nueva, la mejor, mayor y más frondosa de todas. Llena de vida, de alegría, de luz; ¡eso, de luz, de mucha luz! Será la mayor luz de todos los tiempos. ¡¡Luz para todos!! ¡Y gratis! “El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande. Los que vivían en tierra de sombras, una luz brilló sobre ellos. Acrecentaste el regocijo, hiciste grande la alegría. Alegría por tu presencia, cual la alegría en la siega, como se regocijan repartiendo botín.” (Isaías 9, 1-2)
¿Cómo vamos a estar tristes en otoño? ¡¡Si los mismos colores son rojos, naranjas, ocres!! “Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón intranquilo: ¡Animo, no temáis! Mirad que vuestro Dios viene vengador; es la recompensa de Dios, él vendrá y os salvará.
Los redimidos de Yahveh volverán, entrarán en Sión entre aclamaciones, y habrá alegría eterna sobre sus cabezas. ¡Regocijo y alegría les acompañarán! ¡Adiós, penar y suspiros!” (Isaías 35, 3-4, 10).
Imposible estar triste en otoño, imposible a todas luces. Porque es tiempo de esperanza, de la embarazada que se acaricia su seno sabiendo que pronto verá la cara de ese hijo que viene, que será la alegría de su vida, de su futuro. ¡Cuánto más debemos alegrarnos nosotros porque sabemos que el Adviento es tiempo de espera del mismísimo Hijo de Dios!
No estéis tristes, “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.” (Filipenses, 4-7)
Un abrazo muy fuerte, de manta de otoño.
Tengo una hermana a la que también le gusta el otoño, pero le da por lo melancólico, por aquel famoso verso que dice “hojas del árbol caídas / juguetes del viento son”, le da por pensar en que las oscuras golondrinas no van a volver... en fin, que le da llorona, o al menos, de lagrimillas.
Una y otra estamos de acuerdo en que preferimos, con mucho, estos meses al resto del año. Sin embargo, yo tengo que hacer una precisión: otoño es sinónimo de decadencia, de caducidad, de estar de paso... pero no de muerte y desolación, nada de eso. Para mí, el otoño es mi época preferida “por lo civil”, pero también lo es porque da paso a mi tiempo favorito y principal: el Adviento. Las hojas caen de los árboles, sí, de acuerdo, pero no se queda ahí la cosa. Los árboles van a retoñar ¡por supuesto que sí! El otoño no es para siempre, sólo es un toque de atención para los que sabemos leer los tiempos: “¡Oye! Que esto se acaba, que tienes que barrer las hojas caídas (las de cada uno, oiga), secas, pasadas de fecha, para dejar paso a lo nuevo, así que coge tu escoba y, ¡hala! ¡a barrer!”. Si lo prefieres, te lo digo con palabras de profeta: “¿No os acordáis de lo pasado, ni caéis en la cuenta de lo antiguo? Pues bien, he aquí que yo lo renuevo: ya está en marcha, ¿no lo reconocéis?” (Isaías 43, 18-19)
Y esto es sólo el principio de algo muy grande, que aunque ya sucedió una única vez y para siempre, no me canso de celebrar cada año. “Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará” (Is 11, 1); sí, de una vieja raíz surgirá una planta nueva, la mejor, mayor y más frondosa de todas. Llena de vida, de alegría, de luz; ¡eso, de luz, de mucha luz! Será la mayor luz de todos los tiempos. ¡¡Luz para todos!! ¡Y gratis! “El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande. Los que vivían en tierra de sombras, una luz brilló sobre ellos. Acrecentaste el regocijo, hiciste grande la alegría. Alegría por tu presencia, cual la alegría en la siega, como se regocijan repartiendo botín.” (Isaías 9, 1-2)
¿Cómo vamos a estar tristes en otoño? ¡¡Si los mismos colores son rojos, naranjas, ocres!! “Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón intranquilo: ¡Animo, no temáis! Mirad que vuestro Dios viene vengador; es la recompensa de Dios, él vendrá y os salvará.
Los redimidos de Yahveh volverán, entrarán en Sión entre aclamaciones, y habrá alegría eterna sobre sus cabezas. ¡Regocijo y alegría les acompañarán! ¡Adiós, penar y suspiros!” (Isaías 35, 3-4, 10).
Imposible estar triste en otoño, imposible a todas luces. Porque es tiempo de esperanza, de la embarazada que se acaricia su seno sabiendo que pronto verá la cara de ese hijo que viene, que será la alegría de su vida, de su futuro. ¡Cuánto más debemos alegrarnos nosotros porque sabemos que el Adviento es tiempo de espera del mismísimo Hijo de Dios!
No estéis tristes, “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.” (Filipenses, 4-7)
Un abrazo muy fuerte, de manta de otoño.
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