La Vida
“Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, ... lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo.” (1 Jn 1-4)
Así comienza la primera carta de San Juan. No necesita ningún comentario, como tampoco necesita comentarios el hecho de que la vida es el mayor bien que tenemos, pero un bien delicado, que ni siquiera es nuestro, sino que lo tenemos confiado, arrendado por Dios. Lo que sí tenemos, hasta hartarnos y aún más, es el amor de Dios, sin límite ninguno, a borbotones. Justo de ese amor brota nuestro amor humano, el que palpamos con las manos, el que nos entra por los ojos y nos llega al corazón; ése que nos hace temblar como una hoja ante la presencia de esa persona tan especial para nosotros, que nos hace temer una respuesta negativa a nuestro ofrecimiento total y absoluto. Ése mismo amor humano que “obligó” a todo un Dios a hacer su primer milagro en público, a manifestarse ante las humildes gentes que asistían a una boda como el verdadero Mesías, el Hijo de Dios vivo.
De ese amor –reflejo del amor de Dios- brota la vida que conocemos, desde el mismo instante en que, en un acto de amor también, un diminuto espermatozoide consigue fecundar el óvulo y estalla la vida, en rápidas divisiones celulares, en un estruendoso silencio que no perturba siquiera el sueño de la futura madre.
Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo. ¿Qué mayor gozo que sentir una criatura nueva, distinta crecer dentro de ti? He oído en más de una ocasión que tras un primer momento de sorpresa al conocer la noticia, vino la alegría, el gozo de ser portadora de vida, el gozo que se completó cuando esa madre vio cara a cara a su hijo.
Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo. Cuando vemos quela Vida se manifestó a los más pobres de la tierra (no olvidemos que eran pastores, marginados de esa época), que vino al mundo en una cueva, que nadie “importante” la escuchó entonces, sólo los pobres, los que no tenían nada, pero que lo tuvieron todo en cuanto lo vieron, es cuando debemos ser conscientes de que hemos conocido la Vida , de que se nos ha manifestado y nos ha preguntado si queremos seguirle. ¡Y hemos dicho que sí! ¿Qué mayor noticia queremos? ¿Que no nos tratan bien en la tele, en la prensa? ¡No importa! “Te basta mi gracia”, “mi fuerza se demuestra en la debilidad”. Hay que seguir siendo testigos de la Vida , testigos de la Luz. Apretar el paso, coger la herramienta que tenemos (el Evangelio, no hay otra mejor) y ser profetas en un mundo que necesita que le despierten, que lo desintoxiquen del opio que le están administrando por todas partes para que no piense, para que siga en su letargo de fútbol, de programas del corazón, de grandes hermanos, y no se dé nunca cuenta de lo que en realidad está ocurriendo a su conciencia. “Levantaos, vamos, remad mar adentro”, dijo una vez Jesús a unos pescadores que estaban hechos un lío y no sabían ni dónde ponerse a pescar. Pues eso.
Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo. Alegraos, porquela Vida habitó entre nosotros, vivió, murió, resucitó y se quedó para ayudarnos a ser testigos vivos, alegres sobre todo, de esa Buena y Gran Noticia de que el Amor está por nosotros. No os desaniméis por más palos que intenten darnos (“pero no nos aplastan”, decía S. Pablo). Vivimos tiempos recios, pero no por eso debemos perder la alegría.
Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo. Y, se me olvidaba, y que Dios os bendiga siempre.
Así comienza la primera carta de San Juan. No necesita ningún comentario, como tampoco necesita comentarios el hecho de que la vida es el mayor bien que tenemos, pero un bien delicado, que ni siquiera es nuestro, sino que lo tenemos confiado, arrendado por Dios. Lo que sí tenemos, hasta hartarnos y aún más, es el amor de Dios, sin límite ninguno, a borbotones. Justo de ese amor brota nuestro amor humano, el que palpamos con las manos, el que nos entra por los ojos y nos llega al corazón; ése que nos hace temblar como una hoja ante la presencia de esa persona tan especial para nosotros, que nos hace temer una respuesta negativa a nuestro ofrecimiento total y absoluto. Ése mismo amor humano que “obligó” a todo un Dios a hacer su primer milagro en público, a manifestarse ante las humildes gentes que asistían a una boda como el verdadero Mesías, el Hijo de Dios vivo.
De ese amor –reflejo del amor de Dios- brota la vida que conocemos, desde el mismo instante en que, en un acto de amor también, un diminuto espermatozoide consigue fecundar el óvulo y estalla la vida, en rápidas divisiones celulares, en un estruendoso silencio que no perturba siquiera el sueño de la futura madre.
Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo. ¿Qué mayor gozo que sentir una criatura nueva, distinta crecer dentro de ti? He oído en más de una ocasión que tras un primer momento de sorpresa al conocer la noticia, vino la alegría, el gozo de ser portadora de vida, el gozo que se completó cuando esa madre vio cara a cara a su hijo.
Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo. Cuando vemos que
Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo. Alegraos, porque
Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo. Y, se me olvidaba, y que Dios os bendiga siempre.
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