El Matrimonio: el principio

En el Evangelio de San Juan (cap. 2) podemos ver que el primer milagro de Jesús fue en una boda, en Caná de Galilea. En medio del ambiente de fiesta que reina en una boda, surge el primer contratiempo: se ha terminado el vino. Este incidente que parece una simple falta de previsión por parte de los novios, sirve para que Jesús muestre su condición divina y también para dejar bien claro que, sin Él, un matrimonio no es lo mismo. Puede haber boda, puede haber suficiente vino, que no falte un detalle para que los invitados estén encantados, pero si Cristo no está presente, para los novios no será igual (sean o no conscientes de ello).
No hace muchos días, ha tenido lugar en el Seminario diocesano de Granada el V Simposio sobre Derecho matrimonial y procesal canónico, organizado por el Tribunal Eclesiástico Metropolitano y dirigido a miembros de los Tribunales Eccos. y a profesionales del Derecho y de la Psicología. En una de las ponencias, el Prof. D. José Mª Díaz Moreno, SJ disertó brillantemente sobre la escasa duración de la convivencia matrimonial como posible indicio de nulidad. Una de las cosas sobre las que hizo más hincapié fue en la enorme frivolidad con que hoy se accede al matrimonio sacramental. De hecho, las estadísticas que ofrece el Instituto nacional de Estadística sobre duración de los matrimonios que han solicitado el divorcio son para hacer pensar a cualquiera: en 2007, 292 matrimonios del total de los que se han divorciado en Jaén y provincia (1.422) no han pasado de los cinco años de convivencia. Antes de la ley del “divorcio exprés” eran menos de la mitad (408 en 2003). También hay que decir que después de esta ley se ha doblado el número de divorcios, lo que también hace pensar en que también existe frivolidad a la hora de romper un matrimonio.
“Enorme frivolidad”. Cierto es que todos los bautizados tenemos derecho a contraer matrimonio en y por la Iglesia. Pero no es menos cierto que el matrimonio como sacramento es una institución a la que no se debe acceder ni a tontas ni a locas, con razones tan peregrinas como: “es más bonito”, “en mi casa siempre se ha hecho así”, “si no lo hago así mi madre se enfada”, etc. Todas estas “razones” las he oído más de una vez en boca de parejas que han asistido a cursillos prematrimoniales.
El matrimonio es algo lo suficientemente serio como para que aquella persona que desee contraerlo, sepa a qué se compromete y con quién se compromete. El amor es una cosa muy bonita con sus mariposillas y demás cursiladas que se le quiera añadir para vender más, pero el verdadero amor que nos hace plantearnos compartir toda nuestra vida con otra persona es algo más serio que sentir cosquillas en el estómago y ponernos nerviosos pensando cómo ponernos más guapos para él o para ella. El verdadero amor supone un ejercicio de inteligencia (conocer al otro) y de voluntad (querer amar al otro). Ambas cosas se alimentan entre sí, porque no se ama lo que no se conoce y viceversa. Sólo el amor que brota del conocimiento del otro y de la aceptación de la otra persona, dejándola ser tal y como es, puede ser una buena base para un matrimonio. Dice Jorge Bucay que “cada vez que nos encontramos con alguien que, con el corazón entre las manos, nos permite ser quienes somos, invariablemente nos transformamos. Porque el verdadero amor no es otra cosa que el deseo inevitable de ayudar al otro para que sea quien es. Mucho más allá de que esa autenticidad sea o no de mi conveniencia. Mucho más allá de que, siendo quien eres, me elijas o no a mí para continuar juntos el camino.” (El camino del encuentro, p. 267-276)
A pesar de lo que muchos puedan creer, el matrimonio no lo constituye el amor, sino el consentimiento de los dos contrayentes: libre y voluntariamente otorgado al otro. Es aceptar al otro tal y como es, con sus luces y sus sombras, teniendo muy claro que el príncipe azul siempre destiñe y que la princesa no es tan cándida como parecía. El noviazgo está, precisamente, para conocerse. Etimológicamente, la palabra novio viene del latín “novi”, que significa conocerse. Si tenemos en cuenta que hoy en día los noviazgos son cada vez más largos, debido en su gran mayoría a problemas económicos (el piso, la hipoteca, el trabajo, etc.) hay –o debe haber- tiempo suficiente para conocer al otro lo suficiente antes de llegar al matrimonio. No deja de asombrarme cada vez que oigo a alguien decir que, se casó tras diez o doce años de novios y luego se divorció tras apenas un año de convivencia. ¿Qué ha pasado, entonces?
A nadie se le ocurriría pensar que fuera posible entregar un título de medicina y cirugía a una persona que no ha estado en una facultad de medicina, ni creo que hubiera nadie dispuesto a ponerse en sus manos para que le operara de un aneurisma cerebral. Tampoco creo que fuera posible que se encargara la construcción de una carretera a una persona que no hubiera estudiado ingeniería, o un edificio a alguien que no tuviera completa la carrera de arquitectura. ¿Cómo, entonces, hay tan poca preocupación por la preparación de una pareja que desea construir una familia?
No podemos olvidar que de los cimientos depende la estabilidad de la estructura que se construya encima y la vida de los habitantes de ese edificio. Es una cosa demasiado seria como para tomarla a broma. Con el Matrimonio ocurre lo mismo: si la base –la pareja- no tiene unos cimientos sólidos, difícilmente podrán construir una familia sólida.
Puede parecer un tópico, pero en este caso hay dos cosas fundamentales:
La preparación de los novios antes del matrimonio. En la Exhortación Familiaris consortio, nuestro querido Papa Juan Pablo II ya hablaba de la importancia de la formación de las parejas que desean contraer matrimonio. En el Directorio de Pastoral Familiar de la Conferencia Episcopal también se habla de tres momentos en la preparación al matrimonio: remota, próxima e inmediata. Queda sólo una cosa: que en las parroquias se tenga presente lo importante y urgente de esta tarea. Si los novios no son realmente conscientes y conocedores de las implicaciones que tiene contraer matrimonio canónico y contraer matrimonio canónico con esa determinada persona, difícilmente tendrán una base cristiana sólida para educar a unos hijos.
La elaboración de los expedientes pre-matrimoniales. Esto toca directamente a los sacerdotes. El escrutinio que realiza el sacerdote cuando está elaborando el expediente ha de ser por separado tanto a los novios como a los testigos. No son pocas las parroquias en las que el expediente se hace “a medias” entre los novios, los testigos y el sacerdote.
También el momento del expediente es una buena ocasión para que el sacerdote instruya personalmente a la pareja (además de los cursillos) y pueda discernir la actitud que tiene la pareja ante el matrimonio que quieren contraer.Si no hay matrimonios cristianos, con una formación en valores cristianos y con capacidad de discernimiento y criterios claros, no habrá hijos que crezcan en ambientes propicios para que cualquier vocación pueda surgir y encontrar una buena tierra donde echar raíces. Si no hay familias cristianas, será mucho más difícil que haya vocaciones (al sacerdocio, a la vida consagrada o también a la vida de casado) que lleguen a término.

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